Niños tranquilos y obedientes que de poco a poco, o lo que es peor, de un día para otro, dejan de hacer caso y se empecinan en hacer todo aquello que es peligrosos o que tienen prohibido. Son las crisis de edad y hay varias a lo largo de la infancia. Te contamos qué son y cómo afrontarlas.
En ocasiones notamos como si nuestros hijos hubieran dado un cambio radical, pasan de ser dóciles y obedientes a retarnos continuamente y a tener numerosas rabietas. En ocasiones, ése cambio nos hace temer que el niño tenga una nueva personalidad más radical que pueda traernos de cabeza.
Normalmente se trata de las crisis de edad y tienen que ver con los diferentes cambios físicos y psicológicos que siente el niño. La crisis de edad más conocida es la de la adolescencia. Sin embargo, antes de llegar a ella hay otras tres que podemos observar en mayor o menor medida según la incidencia que tenga en nuestro hijo. Te contamos cuáles son para que puedas reconocerlas y vivirlas sin complicaciones.
18 meses
La primera crisis de edad aparece entre los 18 meses y los dos años. Esta deja muy desconcertados a los padres ya que el niño es aún un bebé y, sin embargo, empieza a presentar comportamientos rebeldes. Conocer su existencia y saber cómo comportarnos nos ayudará a acompañar a nuestros hijos en estos momentos de cambio.
En el niño se ha despertado su curiosidad y quiere conocerlo todo, por lo que su objetivo vital es tocar, coger, morder y experimentar con todo aquello que esté a su alcance. Por eso es recomendable no dejar a su alcance objetos que no deba utilizar, por ser frágiles, peligrosos o no recomendables para su edad, así no habrá que prohibírselo.
En caso de que se encapriche con alguno, lo mejor es distraer su interés hacia otro objeto o actividad. Negárselo una y mil veces puede no dar resultado y os desgastará a los dos.
Tres años
Es la conocida como ‘fase del negativismo’ o de oposición. La actitud del pequeño suele ser de protesta y negación continua. Un enfrentamiento directo y abierto a su oposición hará que sea más difícil para todos.
El niño intenta mostrar su independencia y dejar ver que es un ser con su propia identidad, por eso comprenderlo hará que seamos más tolerantes con sus comportamientos. El niño está formando su personalidad y, si hasta ahora, sus padres formaban parte de él, ahora debe cortar el cordón umbilical, de modo metafórico.
Por eso la mayoría de sus rabietas van dirigidas a sus padres. Esta crisis de edad es transitoria, sin embargo, hay que saber manejarla, permitiendo al niño tener su ámbito de autonomía y realizar elecciones propias, para que su desarrollo sea positivo. Del mismo modo, es importante no convertir las rabietas en el centro de atención, para procurar que duren lo menos posible, de otro modo, puede que tengamos que soportarlas durante años.
Doce años
Comienzan los cambios hormonales en los menores, es la pubertad y además de los cambios físicos, podemos comprobar cabios de actitud y de comportamiento. Tras un periodo relativamente tranquilo, los niños comienzan a mostrarse más irritables y regresa la confrontación con los padres y con otros adultos como los profesores.
Es la antesala de la adolescencia, les cambia la voz, aparece vello en diferentes zonas del cuerpo, suelen dar estirones y aparece el acné, a la vez que suele cambiar su olor corporal. Todos cambios profundos que los niños deben asimilar casi de golpe a la vez que cambian el colegio por el instituto y aumentan sus responsabilidades.
Algunos niños demuestran su pretendida independencia buscando el conflicto continuamente. En estos casos hay que ofrecer opciones de comportamiento. Una comunicación fluida en el seno de la familia hará que esta etapa pueda superarse con más serenidad para el niño y para toda la familia.
El mejor aliado tanto en estas tres etapas de crisis como en la de la adolescencia es escuchar, respetar y, sobre todo, grandes dosis de paciencia.
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